A David Alonso le mata la curiosidad. De mirada despierta, hablador, pero también observador. Lleva toda la mañana de un sitio a otro, atendiendo a periodistas, fotógrafos y admiradores. Pero no pierde la sonrisa. Sonrisa de brackets, inocente, como él. Que se sabe en un momento especial y lo disfruta. Alonso (Madrid, 18 años) es uno entre un millón. No solo porque acabe de proclamarse campeón del mundo de Moto3, la categoría pequeña del mundial de motociclismo (máquinas de 250cc y 4 tiempos), sino por cómo lo ha hecho. Y por lo que se intuye que puede llegar a hacer.
Este fin de semana, en el Gran Premio de la Solidaridad que se celebra en el circuito de Montmeló —el último de la temporada, los beneficios serán para Valencia—, puede batir un récord: las 13 victorias en una temporada que logró en su día Marc Márquez; ya hace unas semanas superó las 11 de otro mito, Valentino Rossi. Y este domingo puede dejar el listón en 14. Lo nunca visto. Especialmente en una categoría en que las propias características de las motos, más ligeras y sencillas de dominar, propician los adelantamientos múltiples y los finales de carrera de vértigo; son, además, pruebas en que la edad de los pilotos, en torno a los 20 años, condiciona la competición: son atrevidos, algo inconscientes y habitualmente irregulares. Lo del atrevimiento sí que va con Alonso, a pesar de que cuando se probó por primera vez en un circuito en edad adolescente temía la velocidad y era incapaz de dar el gas a fondo en la recta. Ya no. Lo de la inconsciencia y la irregularidad no le afecta. Por eso pocos dudan que logrará su 14º triunfo. Aunque él no se desvía del foco: “Hay cosas más importantes, como lo de Valencia. Correremos por ellos este fin de semana. Los récords no se buscan, son consecuencia del trabajo. Será una carrera especial, la última como piloto de Moto3. Así que si se gana, genial, intentaré hacerlo lo mejor posible, pero estaremos contentos igual”. No se ha visto piloto más sensato encima de una Moto3.
Ni más preguntón. Es menudo, fino y fibrado. “Mido 164,5. Ese medio centímetro importa. Estoy luchando para llegar a los 165. Tengo mucha fe. A los 21 llego a los 166cm”, cuenta risueño. Le preocupa lo justo su estatura, que puede ser un hándicap cuando el año que viene dé el salto de categoría. “Gracias a Pedrosa [160 cm] me preocupa menos. Me inspira pensar que si él, siendo tan bajito, hizo lo que hizo, yo también podré”, dice.
Camiseta del equipo de manga corta en pleno noviembre. Unos tejanos. Y la gorra puesta, como corresponde, como mandan los patrocinadores. Hasta que se sienta a charlar. Se la quita. Se atusa el pelo. Y sigue con las preguntas. Interroga a su interlocutor. Quiere saber sobre los entresijos de las biografías de sus predecesores, pero también sobre cómo se escribe un libro de cero o cómo se vivió tal o cual episodio en el mundial, cuando él todavía era un preescolar. Pero ahora es él quien acapara muchos de los focos. Lo hizo en Japón, donde ganó el título cuando todavía quedaban cuatro grandes premios por disputarse. Después de su último triunfo, en Malasia, hace dos fines de semana, mostró una entereza increíble para sus 18 años. Aquel día, cuando ya se lamentaban cientos de muertos en Valencia por la dana dijo: “Hoy había pocas cosas que celebrar”.
Muchos de los mecánicos tenían a sus familias en Valencia, estaban muy preocupados. Fue un fin de semana diferente, sin las mismas risas en el box
Y no era impostura. Casi todo el equipo Aspar, con sede en Picassent, en l’Horta Sud, es de aquella zona de la provincia de Valencia asolada por la dana. “Muchos de los mecánicos tenían a sus familias allí, estaban muy preocupados. Fue un fin de semana diferente, sin las mismas risas en el box, sin los mismos chistes o bromas. Fue más difícil salir a pista. El equipo estaba en Sepang, pero tenía la mente en otro lado, en Valencia. Tuve que ser profesional al salir a competir e intentar pensar solo en eso, suena feo, pero había que concentrarse solo en pilotar”.
Una semana después enfiló junto a sus padres camino de Valencia. “Me pasé toda la semana nervioso, porque quería ir a ayudar. Salía con la bici a entrenar y no me sentía bien; pensaba en todos aquellos que estaban sacando barro de sus casas”. En cuanto sus padres terminaron de trabajar el viernes, cogieron el coche. Y pudo acompañar al jefe, Jorge Martínez Aspar, el hombre que le dio la confianza y tuvo la paciencia necesaria para verle hoy triunfar, natural de Alzira, a quitar barro y echar una mano en las zonas afectadas cerca de casa. Fueron a Algemesí, de donde son algunos de sus mecánicos. “Fue muy duro, se te ponía la piel de gallina; pero también fue bonito ver a toda esa gente involucrada en ayudar; gente que ni se conocía trabajando en equipo para achicar agua; otros repartiendo comida…”
Al equipo, enamorado de él del primero al último, llegó también, en parte, por su curiosidad y generosidad. En los circuitos de España, donde se compite en categorías inferiores, el pequeño Alonso se paseaba por el paddock y se asomaba cada tarde a los camiones de Aspar: “preguntaba a los mecánicos que estaban limpiando el carenado de la moto cómo les había ido el día; a mí casi siempre me fallaba la moto, ellos me preguntaban a mí también cómo me había ido y a pesar de los fallos técnicos yo nunca me quejaba”. Fue un cortejo en toda regla. Hasta que cayó Nico Terol, que ha sido su guía desde entonces. Es tan preguntón —”me gusta entender por qué pasan las cosas”, confiesa— que hasta le han llegado a pedir que se olvide de si la moto lleva tal o cual desarrollo y por qué; y se centre solo en pilotar.
Al entrenarte con Márquez te das cuenta de que ocho mundiales no se regalan. No quiere perder ni a las canicas
Para aprender ha aprovechado alguna que otra invitación de uno de sus ídolos, Marc Márquez, con quien ha compartido entreno. “Al verlo entiendes que ocho mundiales no se regalan. Y no lo digo solo por su pilotaje, también por su actitud. Y el hambre que tiene por ganar. No quiere perder ni jugando a las canicas. Estábamos entrenando y parecía que nos estábamos jugando el mundial. He aprendido mucho de él, trato de escucharle siempre”.
Hace solo cuatro años, cuando competía en el campeonato de Europa, David Alonso, decidió que quería correr con licencia de Colombia, para honrar a su madre, Marcela, y su país de origen. Como Mondo Duplantis, estadounidense de madre sueca. “Es bueno para el campeonato que haya nacionalidades diferentes. Aunque yo me siento tan colombiano como español. Al final, uno no puede elegir entre su padre y su madre, con esto pasa lo mismo”. Su éxito, claro, le ha convertido ahora en un fenómeno en Colombia. “Es un país en el que se vive con mucha pasión el deporte. Y si hay un paisano ahí que destaca, sea el deporte que sea, se implican mucho. El motor no está muy desarrollado allí, pero cada vez nos conoce más gente. Hemos visto banderas colombianas en todos los circuitos en los que hemos estado. En Estados Unidos y en Australia hasta escuchaba a la gente cantar el himno desde el podio. Fue muy bonito”.
El remate llegará este fin de semana en Montmeló. Hasta allí viajarán, además de sus padres, sus abuelos. Los cuatro. Desde Madrid y desde Medellín. Para admirar y abrazar al niño maravilla del motociclismo.