El adiós de José Ignacio Goirigolzarri como presidente de CaixaBank era un secreto a voces que cogió fuerza en los mentideros empresariales a principios de octubre. Espoleó los rumores el Banco Central Europeo (BCE), que en esas fechas insistía en la necesidad de que los bancos avanzaran en la separación de competencias entre presidente y consejero delegado, con funciones representativas para el primero (lo que en el argot anglosajón se conoce como chairman) y ejecutivas para el segundo. Lo hacía en un documento oficial, el borrador a la nueva guía de gobernanza para el sector financiero, pensado para entrar en vigor en 2025. CaixaBank tenía deberes pendientes: Goiri, como presidente, y el número dos del banco, Gonzalo Gortázar, detentaban ambos poderes ejecutivos. Aunque nada nuevo hay bajo el sol en la actualización de los consejos del BCE -que, por otra parte, no son de obligado cumplimiento-, esta vez se instaló la idea de que, aprovechando el vencimiento de su mandato de cuatro años, Goiri dejaría su actual cargo en la junta de accionistas de la entidad, a celebrar en torno a marzo de 2025. Fuentes oficiales de CaixaBank preguntadas por la cuestión hace apenas un mes, no atisbaban ningún movimiento inminente. Incluso el mercado contemplaba la posibilidad de que Goiri renovara, ya como chairman, el año que viene.
A partir de ese caldo de cultivo, la renuncia del ejecutivo este miércoles provocó cierta sorpresa entre los iniciados. Había razones adicionales. En primer lugar, llamó la atención por una cuestión formal. No parece especialmente ordenada, ni se estila en una casa exquisita en los modos y conocida por su discreción, una salida que no permite al presidente presentar ante la masa social, reunida en junta de accionistas, los hitos del último año cerrado bajo su mandato. Es lo canónico. En segundo término, además, favorece segundas lecturas que el comunicado se hiciera público apenas 24 horas antes de la presentación de los resultados correspondientes al tercer trimestre. Toda una anomalía. Lo es, sobre todo, si se tiene en cuenta que la entidad registró un beneficio de 4.248 millones hasta septiembre, lo que supone un alza del 16%. Se trata de guarismos muy relevantes, que encaminan a la entidad a otro año de ganancias récord y que demandan aglutinar todo el protagonismo, sin margen a distracciones.
Ángel Simón, consejero delegado de Criteria, primer accionista de CaixaBank, ponía de largo su proyecto al frente del holding en una entrevista con La Vanguardia que se publicada el pasado domingo 27 de octubre. En ella hablaba abiertamente de la separación de poderes en el banco. Y se mostraba determinado, sin matiz alguno, al referirse a la nueva guía del BCE: “Hemos visto el informe. Nos hemos personado como uno de los implicados y nosotros estamos en línea con lo que propugna el BCE. Por lo tanto, como accionista de CaixaBank, iremos en la misma línea que el BCE”. Simón, por tanto, se alineaba con el supervisor europeo, al punto de abanderar una manifestación en la que dejaba fuera de juego a los Botín y Torres, ambos presidentes con consejero delegado pero con incontestable mando en plaza en sus respectivas entidades. La apuesta, no obstante, tenía efectos colaterales en casa propia. Tres días después de las declaraciones en prensa, Goiri, de quien siempre se destacó en el imperio Caixa su estrecha relación con Isidro Fainé, daba un paso al costado. Fuentes próximas al ejecutivo vasco aseguran que ese mensaje, transmitido a través de los medios, precipitó una retirada a tiempo de quien puede presumir, en su reluciente hoja de servicios, de haber liderado BBVA como consejero delegado, amén de haber llevado a buen puerto Bankia tras un oneroso rescate acometido con dinero público.
El universo Caixa ha sufrido un auténtico tsunami con la llegada de Ángel Simón al gobierno del holding en febrero de este año. Desde un histórico planteamiento conservador y de inversiones muy controladas, Simón ha pasado a promover una agresiva política de compras que ha engordado de forma exponencial la cartera industrial, en proyectos en los que a menudo ha compartido intereses con el Gobierno. Es el caso de Telefónica, donde ambos actores han incrementado su participación en el capital para diluir la irrupción de la saudí STC, o incluso en la operación rescate de Talgo actualmente en marcha. Por el camino, apuestas millonarias en firmas como ACS (más del 9%), Colonial (17,32%) o Puig.
En paralelo al glamur de las compraventas, Simón ha agitado la estructura interna del grupo, con la incorporación de perfiles afines a su gestión -algunos bien reconocibles de su etapa en Aguas de Barcelona (Agbar)-, al tiempo que ha prescindido de otros con larga trayectoria en la organización. En todo ese proceso, empero, CaixaBank había permanecido inalterada. La salida de Goiri y el nombramiento de Tomás Muniesa -a quien la condición de dominical en el consejo no le otorga precisamente el cartel de independencia que el BCE reclama para un presidente no ejecutivo- supone la primera salida de envergadura en la era Simón dentro de la joya de la corona del holding y, sin duda, marca territorio y manda un mensaje.
El mundo empresarial, como la vida misma, esconde y vive de ficciones. Siempre lo fue la condición de ejecutivo de Goiri, tras una operación, la de Bankia, que fue una compra y en ningún caso una fusión. Pocos directivos de la antigua caja madrileña quedaron en CaixaBank tras la boda y, de hecho, las atribuciones otorgadas a Goiri -comunicación, auditoría interna y relaciones institucionales- bien podían ser ejercidas por un chairman meramente institucional. No obstante, una cosa es saberse con fecha de caducidad y otra que lo expongan tus mayores a plena luz del día. Goiri renuncia y, de hecho, solo pacta quedarse hasta el 31 de diciembre. Todo tiene un límite, sobre todo cuando peinas canas y el currículum aguanta con ventaja cualquier comparación en el sector. Simón zanja la anomalía, cierra el expediente Bankia y apuesta por uno de la Masía. En las revoluciones no hay prisioneros.