Este jueves, si la lluvia da tregua y las aguas bajan al suelo, quedará a cielo abierto el rastro de muerte y ruina que ha dejado a su paso la gota fría del martes, la peor del siglo en Valencia y en España. Viendo en las redes las imágenes de quienes han sobrevivido a duras penas al desastre, puede una hacerse una idea de cómo fueron, o pudieron haber sido, los muertos que, ay, todavía no han acabado de contarse. Niños yendo a algún recado con sus padres o trasteando en su casa. Chicas comprando maquillaje color sangre en el Druni del centro comercial para disfrazarse de vampiras y darlo todo en la fiesta de la discoteca del pueblo. Trabajadores corriendo a fichar a la salida del curro para llegar a tiempo de pasar por el súper, o el gimnasio, cenar con los suyos y ver La revuelta o El hormiguero en la tele antes de caer rendidos en la cama. Ancianos echando la tarde en la residencia antes de acabar ahogaditos vivos sin darles siquiera tiempo de catar el rancho de sopa de estrellitas, varitas de merluza y yogur de postre. Conductores de reparto arrastrados por la corriente y vecinos de urbanizaciones anegadas construidas en barrancos naturales por promotores sin escrúpulos porque, total, nadie se acuerda de santa Bárbara hasta que truena. Pero no. Esto no va de culpas. Ya se depurarán cuando toque.
Esto va del dolor de ver ese reguero de coches y lodo atorando las calles de la patria del autor de Cañas y barro, como dicen los médicos que el colesterol atora las arterias hasta que colapsan. De la infamia de contemplar esos supuestos templos de vida y libertad, comprados a tocateja o bajo el yugo de una entrada y 48 mensualidades, convertidos en chatarra, cuando no en la cárcel-ataúd del último viaje de sus dueños. ¿Qué Halloween ni qué truco o trato? Este jueves, víspera del día de Todos los Santos y antevíspera del de Difuntos, el verdadero pasaje del terror es ese trombo necrosando el corazón de los valencianos, y de cualquiera que lo sienta, y los verdaderos muertos vivientes, los deudos de los ocupantes de las sepulturas que no tocaba cavar todavía. Qué pena.