La primera entrega de La guerra de las galaxias representó una lucha de George Lucas contra los elementos —al principio del rodaje en el desierto no funcionaba ni siquiera R2D2, una tormenta destrozó los decorados y el Ejército argelino apareció con cara de pocos amigos preguntando por esas armas tan raras cerca de su frontera—, contra sí mismo —hizo infinidad de tratamientos de guion hasta encontrar el tono adecuado—, contra los actores —que consideraban ridículo esa cosa de La fuerza—; pero sobre todo fue un combate sin cuartel contra las grandes corporaciones de Hollywood.
El guionista Laurent Hopman y el dibujante Renaud Roche lograron un merecido éxito en Francia con el cómic Las guerras de Lucas en el que investigan una de las sagas más rentables de la historia del cine, una aventura personal en la que nunca creyó el estudio para el que trabajaba y que salió adelante gracias al apoyo de su productor, Alan Ladd junior, contra la opinión de la junta directiva de la Twentieth Century Fox. El estudio hizo todo lo posible para hundir el filme: pensaban que ya habían perdido bastante dinero con esa chorrada espacial y su intención era cerrar el grifo y acabar con el proyecto.
El tebeo, una investigación realizada de forma totalmente independiente de George Lucas y de Disney, actual propietario de la franquicia, tal vez no ofrezca enormes novedades para aquellos que se saben el nombre y fecha de nacimiento de todas las criaturas que aparecen en el bar de Mos Eisley; pero resulta una lectura apasionante para los aficionados a la saga o para cualquiera que esté interesado en uno de los grandes combates culturales de todos los tiempos: el que enfrenta a un creador visionario y quijotesco con la industria, que pretende anularlo, porque trata de buscar nuevos caminos, y ellos solo quieren transitar por los que ya conocen.
Al final de la lectura, resulta inevitable visualizar la enorme paradoja que plantea el libro (sin expresarlo explícitamente en ningún momento): una creación individual, realizada contra las grandes productoras, contra las modas, en la que nadie confiaba, excepto su creador, George Lucas, su esposa, la montadora Marcia Lucas, y su amigo Steven Spielberg —es memorable el momento en que enseña la película a sus colegas del cine por primera vez y casi todos, entre ellos Brian de Palma, consideran que el filme es un desastre— se convierte en el mayor éxito de la historia del cine para, décadas después, ser devorada por una multinacional, que transforma el filme en parques de atracciones, series y películas que se copian sin descanso las unas a las otras.
La guerra de las galaxias (Star Wars) ha caído en su propio reverso tenebroso y se ha convertido en todo lo contrario del espíritu con el que fue creada. Su destino resulta un retrato certero del Hollywood actual, una máquina de hacer remakes, festivales de efectos especiales, que parecen todos la misma película interminable y aburrida. Cuando el éxito del filme estalló, pese a que solo fue distribuido en unas pocas salas y Lucas pensó que lo habían tirado a la basura, los ejecutivos de la Fox llamaron a capítulo a Ladd junior porque había cedido al director todos los derechos de las secuelas y el merchandising. “Dado que se están forrando a costa de su visión y de su talento, creo que no han salido mal parados”, les respondió
Pero, más allá de las conclusiones a las que llegue el lector, el tebeo es ante todo una celebración de la libertad creativa, de la imaginación, de la perseverancia, de la lucha contra los elementos. Reescritura tras reescritura, Lucas queda retratado como un tipo perfeccionista, que tenía claro desde el principio la historia que quería contar. Quizás la mejor definición de lo que representa La guerra de las galaxias la da Marcia Lucas, cuando contempla como Lucas reparte los ingentes beneficios de la película entre el equipo técnico y artístico. “Es un soñador que nunca quiso todo esto. El éxito y el dinero le dan igual, con la película solo quería recuperar la magia de su infancia”. Un sueño que logró que millones de espectadores compartiesen en todo el mundo y que ahora se ha convertido en una industria.
Las guerras de Lucas
Laurent Hopman / Renaud Roche
Traducción de Eva Reyes de Uña
Norma Editorial, 2024
200 páginas – 29,50 euros