Todo aquel que acompañó a Andy Warhol en los años dorados del Studio 54 asegura que nunca Nueva York, o quizá el mundo, fue tan divertido, libre y mezclado como entonces. Y desde que el pintor falleció súbitamente en 1987, todo aquel que se muda a la ciudad lo hace con la sensación de que ha llegado tarde. La nostalgia warholiana se apodera de propios y ajenos, de testigos y no testigos. De todos menos de Christopher Makos, el legendario fotógrafo que enseñó al genio del pop art a usar su mítica Polaroid. Un hombre que, a sus 74 años, es a la vez un viaje en el tiempo, por su intacto sentido de la espontaneidad y la irreverencia, y una persona profundamente apasionada por el presente.
“Todo está sobrevalorado en esta vida”, dispara Makos. “Andy habría sido feliz en estos tiempos. Estaría en Instagram encantado. Lo suyo era la sobreexposición, estar en todos lados, en todas las fiestas”. El fotógrafo que llamó la atención de la escena artística con su libro White Trash en 1977 —donde se dedicó a capturar la escena punk de Nueva York— mezcla en su conversación las leyendas de aquella época —de Halston a Liza Minnelli— con Bad Bunny o Nicki Minaj. Cuando habla de España, menciona a Alaska y Miguel Bosé, pero también la serie Élite —”todos mis amigos la ven”— y a uno de sus actores, Manu Ríos. Alaba TikTok (“ahí todo el mundo enseña su cuerpo, y eso siempre son buenas noticias”, dice) y confiesa que le encanta OnlyFans, del que se siente un predecesor. “Es lo que hacía yo en los años setenta y ochenta”, asegura. “Es fantástico. La prostitución tradicional ha dejado de ser necesaria. Todo el mundo ha encontrado su manera de hacer dinero con el sexo de una forma muy correcta. Me gustaría saber cómo están sobreviviendo los prostitutos y prostitutas estos días, deben de estar sufriendo mucho”, dice entre honesto y juguetón, fascinado con la universalización de algo que él siempre defendió: la cosificación del cuerpo masculino.
“Ahora los hombres tienen más pecho que las mujeres. Y la reacción a eso es todo lo que están haciendo Lizzo, Nicki Minaj o Ariana Grande, que no paran de menear el trasero, porque es difícil competir contra ellos”, explica, en una particularísima interpretación de los roles de género y sin miedo a decir alguna que otra barbaridad de esas que congelarían al agente de prensa de cualquier personaje público. “Requiere mucha energía mentir. Te tienes que acordar, decir siempre lo mismo una y otra vez, seguir siendo deshonesto. Cuando te haces mayor quieres ser feliz y estar relajado, no quieres vivir una mentira”, responde en contra del discurso prefabricado. “Y quiero que de esta entrevista saques un titular rompedor, que haga a todo el mundo leer la historia, aunque luego no tenga nada que ver con el titular. Véndeme, honey, gana dinero conmigo”, dice entre risas.
Las obras de Makos han pasado por los mejores museos —entre ellos, el Guggenheim de Bilbao y el IVAM de Valencia— y se encuentran en las colecciones privadas de celebridades como Almodóvar y Versace. Eso sí, él mismo se encarga de desmantelar algunos pasajes de su propio mito. Siempre se ha dicho de él que fue alumno de Man Ray en París, donde estudió Arquitectura. “Estuve un fin de semana con él. Aprendí mucho, eso sí. Hablamos muchísimo. Pero no estudié Arquitectura allí. Fui mucho porque me encanta la vibra. ¿Significa eso que estudié Arquitectura allí? Cuando voy a la frutería me encanta mirar la fruta. ¿Me convierte eso en granjero? Quizá sí”. De la época en la que frecuentaba los círculos literarios de Tennessee Williams, Gore Vidal o Truman Capote se limita a comentar: “Sé que la belleza está en el interior, pero es mejor ser guapo que feo. Yo era el californiano de ojos azules y piel dorada. Todo el mundo quería follarme y supe manejar eso bien”. Finalmente, confirma la leyenda de su entrada en el universo warholiano: “Yo le enseñé fotografía, pero Andy nos enseñó a todos la lección más importante: el arte de hacer negocio”.
Makos fue un alumno aventajado junto a Bob Colacello y Peter Marino y, como ellos, sigue con la máquina artística y comercial bien engrasada. Solo hay que echar un vistazo a su agenda en el último año. Ha estado de promoción con su último libro, Andy Modelling Portfolio Makos, todavía inédito en España, en el que el pintor ejerce de atípico modelo. “Descubrí lo naíf que Andy podría llegar a ser ante una cámara, ¡¿qué clase de persona posa así?!”, exclama ante su cara de palo y su no saber qué hacer con las manos. Ha inaugurado exposiciones en lugares tan dispares como Milford, Pensilvania —Andy in Nature, en la que compartió cartel con su marido, el también pintor Paul Solberg, al que le une 18 años de relación—, en Los Ángeles —en la galería Fahey/Klein, titulada Fringe— y en Hong Kong —Warhol Makos: Andy Loves HK, sobre el paso de ambos por la capital asiática—. Su último paradero ha sido la Art Gallery of South Australia de Adelaida, donde también ha llevado su peculiar oratoria y sus leyendas warholianas.
“¿Que si me canso de Andy Warhol? Sí y no. Entiendo la fascinación mundial sobre él. Su marca era Estados Unidos: Marilyn Monroe, Elvis, la sopa Campbell…, y eso nunca dejará de funcionar. Es por eso por lo que siempre hay algo sobre Andy en todo momento. Yo soy hijo de esa escuela, la Universidad de Warhol. Hijo de esa revolución, así que es mi marca también, y nunca puedes olvidar la universidad de la que vienes, más cuando te da tan buena educación”, recuerda.
Makos también ha entrado recientemente en el imaginario de millones de espectadores con su participación en la serie documental de Ryan Murphy The Andy Warhol Diaries, para la que también suelta algunas perlas. “Se han centrado en por qué no decía que era gay y en su parte más triste. Dos cosas: no estaba tan triste, se lo estaba pasando bastante bien, pero, bueno, tenían que encontrar un punto de vista y Ryan Murphy es el rey de los temas gais. Le encanta la cultura gay, así que también tenía que sacar ese tema. Sé que ha enfadado a mucha gente, pero a mí me da igual. Si funciona bien y nos da dinero a todos, hagámoslo”. “En cualquier caso”, prosigue, “no me gusta usar la palabra gay. Me parece que está tan pasada de moda… La gente es sexual. Todo el mundo haría todo con cualquier persona si se dan las circunstancias adecuadas y siempre y cuando no haya un cura mirando. La gente joven se quiere identificar como gay o bi o trans, o he/she… Mi generación creció con la idea de que todo era posible. Una vez que te etiquetas, parece que has llegado a la meta, y eso no es lo que yo quiero. Quiero ser él, ella… cuando quiera, en cualquier momento y lugar. No hay que olvidar que, en una cultura capitalista, cuando defines un grupo, suele ser para hacer dinero con él”, sentencia.
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