“Con respeto y humildad, os invito a todos a que os unáis a este Gobierno con vocación de servicio en su misión de poner en marcha una renovación nacional. Nuestra tarea es urgente, y comenzaremos hoy mismo”, ha anunciado Keir Starmer en su discurso inaugural a las puertas del número 10 de Downing Street. Era el primer mensaje a la nación tras la histórica victoria que ha cosechado el Partido Laborista en las elecciones en el Reino Unido.
El proceso de transición del poder en ese país está lleno de liturgia, pero es expeditivo. En apenas dos horas, Rishi Sunak presentaba al rey Carlos III en el palacio de Buckingham su dimisión. Poco después llegaba allí Starmer, recibía formalmente del monarca el encargo de formar un nuevo Gobierno y se convertía en el 58º primer ministro de la historia del país.
Cientos de seguidores esperaban en la calle, a la entrada de su nueva residencia oficial, al nuevo jefe del Ejecutivo. Acompañado de su esposa, Victoria, Starmer repartía besos y abrazos mientras avanzaba hacia el atril preparado para su discurso.
“Cuando la distancia entre los sacrificios que realizan los ciudadanos y el servicio que reciben de sus políticos llega a ser tan grande como es ahora, conduce a un agotamiento del corazón de la nación, a la desaparición de la esperanza y de la creencia en un futuro mejor”, decía el líder laborista. “Esta herida, esta falta de confianza, solo puede ser sanada con acciones, no con palabras. Lo sé. Pero podemos comenzar por reconocer simplemente que ser un servidor público es un privilegio, y que vuestro Gobierno tratará a cada persona con el respeto que ser merece”, prometía.
El nuevo primer ministro se ha comprometido a comenzar de inmediato a “reconstruir el Reino Unido” e impulsar los objetivos anunciados durante la campaña: mejoras en la sanidad y educación públicas, nuevas infraestructuras, energía más barata y calles más seguras. Starmer tiene ya en la cabeza los nombres de todos los nuevos ministros, y quiere tener configurado su Gabinete durante el fin de semana.
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La elegancia de la transición
Vencedores y perdedores se han conjurado en demostrar al mundo que el Reino Unido sigue siendo una democracia civilizada que lleva con elegancia el final de cada batalla. “Quiero reconocer aquí la dedicación y el duro trabajo que [Sunak] incorporó a su liderazgo”, decía Starmer, que resaltaba el logro histórico de que un político de origen asiático hubiera ocupado por primera vez Downing Street.
Apenas dos horas antes, Sunak se había despedido desde el mismo atril. También él tenía palabras amables para su rival: “Su éxito será el éxito de todos nosotros. Les deseo, a él y a su familia, lo mejor. A pesar de los desacuerdos expresados durante la campaña, creo que es un hombre decente y con vocación de servicio público al que respeto”, decía.
Su discurso, de apenas cuatro minutos, contenía todos los elementos, si no para hacerlo memorable, sí para suscitar el respeto de aliados y rivales. “Antes que nada quiero decir que lo siento. Dediqué a este trabajo todas mis fuerzas, pero habéis enviado una clara señal de que el Gobierno del Reino Unido debe cambiar. Y el vuestro es el único juicio que importa”, decía a los ciudadanos británicos su todavía primer ministro.
Detrás suyo, con cara triste y seria, su esposa Akshata Murthy escuchaba. Llevaba en sus manos un paraguas, listo para proteger a Sunak si la lluvia, que ha estado presente toda la mañana en Downing Street, regresaba. No iba a permitir que su esposo terminara su aventura igual de empapado que la comenzó hace seis semanas, cuando anunció por sorpresa un adelanto electoral.
Su retirada, explicaba Sunak, será controlada. Dimitirá también como líder del Partido Conservador, anunciaba, pero se mantendrá al frente hasta que queden claras las condiciones de renovación de ese liderazgo. “Es importante que, después de 14 años en el Gobierno, el Partido Conservador se reconstruya, pero también que asuma su papel clave de oposición de un modo profesional y eficaz”, aseguraba.
“El mejor país del mundo”
Sunak ha querido también destacar ante los ciudadanos un hecho histórico que la urgencia de la política y la normalidad con que todo transcurre a veces en la vida pública británica habían difuminado: la llegada a Downing Street de un hombre de origen indio y religión hindú. “Que dos generaciones después de que mis abuelos vinieran a este país yo me convirtiera en primer ministro y que pudiera ver cómo mis dos hijas encendían las velas del diwali (la fiesta tradicional del año nuevo hindú) en las escaleras de Downing Street es algo extraordinario”, decía. A pesar de que este viernes, admitía, era un día duro “al final de muchos otros días duros”, el hombre que llegó accidentalmente hace apenas dos años a la jefatura del Gobierno británico con la misión de enderezar una economía que se hundía en el desprestigio ha querido despedirse señalando a sus compatriotas que el Reino Unido “es el mejor país del mundo”, y que “se había sentido honrado de ser su primer ministro”.
Por última vez, el político conservador ha relatado sus logros durante un breve mandato. La rebaja de una inflación galopante, la recuperación del crecimiento económico, la reanudación de las relaciones con la UE o el apoyo firme a Ucrania frente a la agresión rusa. Y ha dejado, entre muchos de los que escuchaban su despedida, la sensación de asistir a una tragedia en la que un solo político conservador, responsable también de sus propios errores, cargaba sin embargo sobre sus hombros con los desmanes y la ineficacia de todos sus predecesores y recibía en exclusiva el castigo de unos electores que en realidad iba destinado a Cameron, May, Johnson o Truss.
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