Salvar el Gobierno por encima de la decisión personal y política que pueda tomar este lunes Pedro Sánchez. Esta es la única certeza que numerosos interlocutores sostienen respecto a la difícil disyuntiva que el secretario general del PSOE se ha planteado sobre si seguir en el Palacio de La Moncloa o dar un paso a un lado. Cualquiera que sea la opción decidida, llevará aparejada los máximos elementos posibles para que el Gobierno de coalición entre los socialistas y Sumar se mantenga y continúe el apoyo de socios externos. En el caso de dimisión, el sustituto elegido se someterá a la investidura en el Congreso, una vez que el rey Felipe VI realice las consultas con los grupos. Hoy por hoy, el jefe del Estado se encontraría con un candidato con mayoría suficiente para saldar la investidura con éxito.
De todas las consideraciones, hipótesis e impresiones, públicas y privadas, con superlativas dosis de apoyo a Pedro Sánchez, provenientes de ámbitos socialistas, federales y territoriales, sobresale la preocupación sobre la práctica de la política en España en los últimos años. Del debate participa Sumar, Podemos, los grupos nacionalistas, los sindicatos y sectores activos de la cultura. Una segunda vertiente la protagoniza el principal partido que sustenta al gobierno: el PSOE.
Las manifestaciones efusivas de apoyo a su secretario general, expresadas en la calle Ferraz de Madrid, con concentraciones de miles de militantes y simpatizantes socialistas, han contado con el respeto de votantes socialistas y la descalificación burlona de dirigentes del PP. Si de un documental se hubiera tratado, se obtendrían algunas ideas-fuerza de lo que se vivió en esas tres horas de alta emotividad en torno a la sede del partido centenario. Las declaraciones de militantes tomadas al azar, al margen de las de personalidades relevantes como la de Carmen Romero, exdiputada y exesposa del primer presidente socialista, Felipe González, demuestran que además de pedir a Sánchez que no se vaya, la reivindicación de seguir adelante es también para el PSOE. De hecho, se recordó que otros muchos socialistas han sufrido tanto o más que él. Lo importante es salvar la continuidad del Gobierno. No dudan tampoco de que esa es la intención de Sánchez, haga lo que haga.
Pasadas unas horas, distintos dirigentes del comité federal que salieron de la reunión para abrazarse con los militantes, con lágrimas durante el camino, resaltaron la fidelidad y compromiso que mantienen los militantes socialistas con su organización. Se vaya o se quede Pedro Sánchez, la decisión será aceptada y apoyada por la militancia que, tras las elecciones catalanas, “se volcará en las europeas”, según prevén líderes territoriales. El antecedente lo tienen cercano: el 28 de mayo pasado, el PSOE perdió la mayor parte de su poder autonómico y local, pero no bajó los brazos cuando al día siguiente Sánchez convocó elecciones generales, en las que ganó un millón de votos en relación con la anterior confrontación, lo que le permitió forjar de nuevo una mayoría de gobierno.
El inédito gesto de Sánchez, con su pausa de cinco días, ha abierto debates nuevos y otros pendientes. ¿Anunciar su tiempo de reflexión ha sido una decisión correcta o debería haberlo hecho sin publicidad? En su propio partido hay quien se lo pregunta y no oculta cierta incomodidad, como también en Sumar, aunque no dudan de que razones para la desmoralización y el hartazgo le asisten. Sí ha conseguido, sin embargo, que se ponga sobre la mesa si la normalización de la falsedad de los datos e incluso de los hechos, y el insulto directo y descarnado, no debe tener respuesta institucional. Sí se aventura que si Pedro Sánchez decidiera quedarse, ese debate se abriría, con propuesta de reformas, todas ellas delicadas para no tocar derechos constitucionales. Líderes territoriales presentes en el comité federal y, después, entre los militantes, resaltan un hecho de lo acontecido en las horas de Ferraz en el que repararon posteriormente: no hubo insultos contra nadie.
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