«Por favor, señor, quiero un poco más», rogaba el pequeño Oliver Twist al cocinero que, estupefacto por la osadía del niño, le preguntaba confuso que repitiera lo que había dicho. «Por favor, señor, quiero un poco más», respondía Oliver que, a continuación, era zarandeado y amenazado con un cucharón hasta que los responsables del albergue de niños ladrones resolvían que fuera ahorcado.
Si bien el pequeño Oliverio, como aún aparece en algunas traducciones, no llegaba a ser ejecutado por esos delincuentes, lo que demostraba la escena dickensiana es que han sido pocas las reivindicaciones de los colectivos oprimidos que se han conseguido pidiendo las cosas por favor a los opresores. Ese ha sido el caso de los esclavos romanos, los panteras negras, los confinados en el gueto de Varsovia, la comunidad queer y, por supuesto, las mujeres sufragistas.
A principios del siglo XX, la WSPU, siglas de Women’s Social and Political Union (la Unión Social y Política de Mujeres) decidió que había llegado la hora de radicalizar sus protestas para reclamar su derecho al voto. Si bien nunca pondrían en riesgo la integridad de las personas, declararían la guerra a la propiedad privada que, según sostenía su líder, Emmeline Pankhurst, para algunos gobiernos resultaba más valiosa que la vida humana.
Una de las primeras acciones de las militantes de WSPU fue lanzar martillos contra los escaparates de las tiendas de Oxford Street, lo que provocó cuantiosos destrozos y encendió la ira de muchos hombres que, aterrorizados por cualquier idea de cambio hacia una sociedad más equitativa, no dudaron en tomarse la justicia por su mano para defender los privilegios de los que disfrutaban. A partir de entonces, esos enemigos de las mujeres comenzaron a agredir a las militantes feministas en mítines, manifestaciones y cualquier otro acto reivindicativo en el que participasen.
«Con objeto de repeler esos ataques, algunas feministas decidieron aprender autodefensa. Para ello recurrieron a Edith Garrud que, junto con su pareja, era pionera en la enseñanza del jiujitsu en Inglaterra», explican el guionista Clément Xavier y la ilustradora Lisa Lugrin, que no ocultan la sorpresa que les produjo conocer esta faceta de las feministas gracias a la lectura del libro Autodefensa de la socióloga Elsa Dorlin. «La mayoría hemos oído hablar de las sufragistas protestando de forma pacífica. Sin embargo, la WSPU no hizo el paripé y abogó por formas de acción consideradas violentas porque, como ellas mismas dijeron: “Quien quiere liberarse debe saber cómo pelear”. A pesar de que usar la “violencia” para ser escuchado es tabú en nuestras sociedades, fue gracias a esta radicalización que los medios transmitieron sus demandas y que obtuvieron el derecho de voto veintiséis años antes que las francesas», explican.
Votos y balas
Fascinados por la historia de las militantes del WSPU, Clément Xavier y Lisa Lugrin decidieron embarcarse en Jiujitsufragistas. Las amazonas de Londres, novela gráfica recién publicada en España por Garbuix Books, que acerca al gran público ese y otros capítulos de la lucha feminista que, con frecuencia, acostumbran a ser obviados.
«Howard Zinn dijo: “Mientras los conejos no tengan historiador, los cazadores continuarán contando la historia”. Por eso, las mujeres, las minorías racializadas y las clases populares acostumbran a ser borradas de la historia en beneficio de, por ejemplo, los reyes. Al mismo tiempo, esos colectivos también están sub-representados en los medios de comunicación o en las instituciones políticas», explican Xavier y Lisa Lugrin, que recuerdan cómo, en el caso de las sufragistas, todo eso cambió cuando la hija de Emmeline Pankhurst fue expulsada manu militari de un mitin político. «Escupió a un oficial de policía que la sacó fuera del local. El salivazo hizo que el hecho se viralizase, como diríamos hoy y, a partir de entonces, la WSPU entendió que la única forma de que se hablase de sus reivindicaciones, bien o mal, eso les daba igual, era utilizando métodos espectaculares. Y funcionó».
Además de las artes marciales, las sufragistas utilizaron todos los medios a su alcance para hacer valer sus reivindicaciones. Desde un código simbólico creado a partir del color de sus vestidos para oponerse al negro de los policías —violeta por la dignidad, verde por la pureza, blanco esperanza…—, a los nuevos medios como el cinematógrafo. «Durante décadas, los medios de comunicación reaccionarios no estuvieron interesados en las reivindicaciones de las sufragistas. Las pocas veces que informaban sobre ello, las militantes eran caricaturizadas como viejas solteronas amargadas que no encontraban esposo porque eran demasiado feas. Por eso, la aparición del cine, medio aún no completamente controlado por los reaccionarios, que por definición están poco centrados en las innovaciones, ofreció nuevas posibilidades de expresión para avanzar en la causa de esas mujeres como, por ejemplo, el rodaje de películas que enseñaban autodefensa», recuerdan Xavier y Lugrin.
Finalmente, la lucha de las sufragistas inglesas consiguió que sus reivindicaciones fueran atendidas. No obstante, que se les reconocieran algunos de esos derechos no respondió tanto a un compromiso ético con las mujeres, sino a la necesidad del gobierno y la industria inglesa de disponer de mano de obra durante la Primera Guerra Mundial.
«Esa situación fue un punto de ruptura entre las militantes de la WSPU. Emmeline Pankhurst entendió el provecho que las mujeres podían extraer de la guerra y decidió apoyar el esfuerzo bélico pactando con sus antiguos oponentes. Muchas otras activistas, comenzando por su hija Sylvia, por ejemplo, eran visceralmente pacifistas y se negaron a seguir ese camino. Es horrible pensar que las mujeres necesitaron un baño de sangre global para tener derecho a votar, después de la Primera Guerra Mundial en el caso de las británicas y de la Segunda Guerra Mundial, para las francesas», concluyen Xavier y Lugrin.