“Pasé momentos difíciles, había mucho sexismo”


Lady Pink recuerda con claridad su primer grafiti. «Crucé la calle desde casa de mi madre con un par de latas de spray de mi padrastro y lo hice allí, en la pared frente a la casa. Escribí el nombre de mi novio. Lo habían arrestado por hacer pintadas y lo habían mandado a vivir a Puerto Rico. Estuve llorando un mes por él, por eso escribí su nombre», relata por Zoom desde su casa en medio del bosque, dos horas en coche al norte de Nueva York, la ciudad que la vio crecer. Recalca que no le gusta que nadie, salvo su familia, la llame por su nombre real, Sandra Fabara. «Lady Pink es el nombre que yo elegí, lo he usado los últimos 43 años, me parece insultante que se dirijan a mí de otra forma», asegura esta artista nacida en 1964 Ambato, Ecuador, pero criada en Astoria, Queens (Nueva York). Ese dato es importante. Su barrio marcó su destino, asegura, en una época en la que las calles neoyorquinas se dividían entre bandas y los grafiteros tenían muy delimitada su zona de acción. Allí comenzó a hacer pintadas cuando sólo tenía 15 años y se convirtió en la primera chica en formar parte de una banda de grafiteros. «Pasé momentos difíciles, había mucho sexismo, mucha hostilidad, pero también mucha aceptación por parte de los chicos de mi grupo», destaca. «Crash, Futura, Lee [Quiñones] me tomaron bajo sus alas cuando todavía estaba en el instituto y ellos tenían 20, me querían con ellos, sé que era una mujer testimonial allí», admite, «pero fue mi forma de meter la cabeza en ese mundo. Era una amateur aún, y pintaba con esos tipos que eran lo mejor de lo mejor, celebridades. Eso me hizo buena, practicaba mucho, me hice rápida pronto».

La velocidad era crucial: el grafiti, recalca, era y sigue siendo ilegal, y «el arte urbano es un término nuevo, tendrá una década». Comenzó pintando en túneles («Era lo más arriesgado, los túneles dan muchísimo miedo», asegura) y trenes. Su firma se popularizó pronto. También sus cuadros. «Llevo exponiendo desde los 16. Con 21 tuve mi primera individual en la universidad [fue en el Moore College of Art], pero antes ya había expuesto en el New Museum, en la PS1, en galerías, llevaba años siendo artista profesional, vendí mi primer cuadro a los 16, fue muy sencillo, vi que la gente estaba dispuesta a darme dinero por lo que hacía. A veces, el fin de semana, me iba con mis amigos a pintar en un tren o en un túnel y otras veces acudía a fiestas elegantes en la casa de alguien o en un club nocturno lleno de gente famosa», explica. Así conoció, por ejemplo a Andy Warhol: «Estábamos en una fiesta y él me llamó y me pidió que me acercara a hablar con él. Estaba separado de todo el mundo por su seguridad, me tuve que meter en su círculo. No sabía qué decirle, me dijo que me había visto en una película y le había gustado lo que hacía. No tenía ni idea de quién era él, yo sólo tenía 17 años… Hasta más tarde no entendí su importancia». Aunque ahora su obra se expone en museos como el Whitney, en aquel momento para ella la prioridad se encontraba a pie de calle: «Los grafiteros sólo estábamos interesados en pintar los vagones de metro, y eso nunca se hacía con permiso».

Lady Pink

El estudio donde trabaja Lady Pink. Foto: D. R.

Esa doble faceta, esa combinación de grafiti y piezas de museo, se refleja ahora en su colaboración con Louis Vuitton. Lady Pink es una de las artistas elegidas para la primera edición de White Canvas: LV Trainer in Residence, proyecto para el que ha reinterpretado las emblemáticas zapatillas LV Trainer de la firma francesa. Sus creaciones se han mostrado en una exposición efímera en Garage Traversi, en Milán, junto a las de otros artistas procedentes del mundo del grafiti, como Lee Quiñones y Rammellzee (ya fallecido). Virgil Abloh, el desaparecido director artístico de moda para hombres de Louis Vuitton, fue el impulsor de este proyecto que nace con afán de continuidad y en esta primera edición ha querido rendir homenaje a la escena underground del grafiti neoyorquino de los ochenta.

Las deportivas creadas por Lady Pink muestran una de las señas de identidad de su trabajo, los bloques de ladrillo sobre los que empezó a pintar de adolescente. «Siempre utilizo los ladrillos en mis trabajos, porque somos muralistas, las paredes son lo nuestro, y un ladrillo es muy apropiado para nosotros, es donde pintamos. He hecho muchas series en las que he utilizado esta imagen. Los ladrillos nos representan a nosotros, los grafiteros. Muchas veces cuando colaboro con grandes corporaciones diluyen nuestro trabajo, lo suavizan para las masas, destruyen completamente mi obra, pero aquí no ha pasado, por fin he colaborado con una compañía que lo hace de forma correcta, que no diluye mi trabajo», sostiene la creadora. Para ella, el arte nacido de las calles lleva años siendo una inspiración para la moda, «lo han analizado expertos e historiadores, la gente pinta sus jeans, sus cazadoras, lo pintan todo», apunta. En este proyecto ha coincidido con uno de sus primeros compañeros de pintadas, Lee Quiñones, con quien mantuvo una relación en sus inicios que quedó plasmada en Wild Style, una película dirigida en 1982 por Charlie Ahearn sobre la cultura hip-hop y el mundo del grafiti en la que Quiñones y Lady Pink interpretan a dos de los protagonistas.

Lady Pink

La versión de las zapatillas LV Trainer intervenidas por Lady Pink. Foto: Sophie Green

«Mantuvimos una relación de cuatro años de duración. El director incluyó a todo el mundo en la película, a los bailarines, a los músicos, nuestra historia de amor… Sigo sin poder volver a verla, me trae recuerdos de mucho dolor, fue una relación traumática. Pero Lee y yo llevamos más de 40 años haciendo exposiciones juntos, así que tuvimos que hacernos amigos, él se lleva bien con mi marido, yo adoro a su mujer… Es el rey del grafiti, totalmente brillante, y dijo que era un honor volver a trabajar ahora conmigo», explica Lady Pink. Cree que precisamente Wild Style sirvió para perpetuar una imagen de la simbiosis del hip-hop y el grafiti que para ella es errónea. «Lo que hizo esa película fue estereotiparme como una personalidad del hip-hop, y no lo soy. No me gusta el hip-hop, no estoy dentro de ese movimiento, pero supuestamente soy un icono del hip-hop», comenta con una sonrisa irónica. Dice que ella es «más de rock and roll» y admite que Missy Elliott es una de las pocas raperas que le gustan. «Al principio todo era fiesta, pero en los noventa todo se volvió feo y en el mundo del grafiti todos tenían que tener un enemigo, ir contra alguien. En la música todos querían ser un gánster y empezaron a tratar a las mujeres de una manera muy poco respetuosa, éramos sólo un objeto de decoración en el brazo de un hombre, no nos tomaban en serio, las mujeres eran sólo bitches y hoes», argumenta.

Sostiene que «el grafiti existía una década antes de que el hip-hop apareciera y que en aquella época sólo lo conocías si vivías en ciertos vecindarios. Si vivías en barrios blancos, y muchos grafiteros lo hacían, escuchabas música de Led Zeppelin, Pink Floyd y Metallica». Lady Pink ha seguido un camino propio, asegura que siempre ha rehuido las etiquetas. «Yo simplemente iba a lo mío, y me pusieron en ese rol feminista, como un modelo de conducta que representaba a las mujeres, a las latinas… Sólo soy una artista que trabaja», resume para seguidamente admitir que cuando encuentra una causa que cree justa su compromiso queda patente. «A veces hay asuntos que me interesan y hago proyectos, por ejemplo el año pasado hice un trabajo sobre los derechos reproductivos femeninos, antes otro sobre Black Lives Matter. Yo abrazo causas cuando me parece que merecen la pena», zanja. No lo hace sola: tiene un equipo de colaboradores y su marido es su asistente ejecutivo.

«Si empodero a otras mujeres con lo que hago lo intento, porque desafortunadamente las mujeres de todo el mundo todavía necesitamos un impulso y una mano amiga de nuestras hermanas. No todas somos unas malotas. Algunas mujeres todavía necesitan encontrar confianza y coraje; si puedo hacer eso por ellas vale la pena», explica, dejando patente que su activismo es más de obra que de palabra. Por ejemplo, Lady Pink ha mantenido una relación de amistad y colaboración creativa con la artista feminista Jenny Holzer desde que se conocieron hace décadas. El retrato de la grafitera en 1983 en Times Square realizado por la fotógrafa Lisa Kahane con una camiseta con uno de los lemas de Holzer –Abuse of power come as no surprise (El abuso de poder no es una sorpresa)– se convirtió en un icono de la época, y las obras realizadas por ambas forman parte de colecciones como la del MoMA de Nueva York. Su última colaboración es muy reciente, se puede ver en la exposición sobre la obra de Holzer que a principios de mes se inauguró en el museo K21 de Düsseldorf. «No he podido viajar allí y hemos trabajado a distancia, hace unas semanas también pinté un gran mural en Londres y mi siguiente proyecto es un hotel de siete plantas en Miami, con una mujer gigante de ladrillos, como si ella fuera la ama de la ciudad», precisa.

Lady Pink

Lady Pink, ante el grafiti creado para la exposición. Foto: D. R.

Todos estos proyectos los desarrolla desde su casa rodeada de árboles, a la que se mudó precisamente a causa del grafiti. Cuenta que el grupo policial contra el vandalismo en las calles hizo que dejara la Gran Manzana. «Vinieron en 2003 y en 2013 a mi casa y me dejaron limpia, se lo llevaron todo, libros, fotos, sprays de pintura, ordenadores, a mi marido… Es la conocida como ‘policía del grafiti’, no tenían cargos sólidos, pero entraron en casa y nos acusaron, simplemente nos odian. La policía se ha metido tanto en nuestras vidas que por eso me he venido a vivir al campo, porque aquí no tienen jurisdicción y si se meten en mi casa necesitan evidencias sólidas», lamenta. Concluye diciendo con orgullo que a ella nunca la han arrestado por hacer pintadas: «Íbamos a los sitios adecuados en el momento adecuado. Así es como se hace. Es casi como una maniobra militar, cada uno sabía exactamente a dónde ir. Había un líder, cada uno hacía lo suyo, y corría cuando se lo decían».

Lady Pink

La exposición efímera de ‘White Canvas: LV Trainer in Residence’ en el Garage Traversi de Milán. Foto: D. R.

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