Si la noticia de la cancelación de una serie o programa no debería provocar alegría —suele implicar que alguien no sepa cómo va a pagar el alquiler del mes siguiente—, mucho menos debería serlo la desaparición de un canal, pero en el caso del adiós de Canal Toros me doy permiso para el entusiasmo. Un canal dedicado a un espectáculo cruel y sangriento era una anomalía en una plataforma que nació del epítome de modernidad que fue aquel Canal+ de Las noticias del guiñol, Lo+Plus, el Magacine del imprescindible Jaume Figueras, El día después o Angela Chase enamorándose en abierto de Jordan Catalano. Los toros eran anormales en aquel Canal+ vanguardista y lo son en el Movistar mainstream de hoy.
Dudo que después de tres décadas se desprendan del más amoral de sus contenidos por un repentino arrebato de respeto por los derechos de los animales, ni siquiera es un tema de moda, genera más expectación mediática el bulo que sostiene que se puede ir a la cárcel por matar a una rata que la realidad: el indeseable que hace unos días reventó a patadas a un perro diminuto e inofensivo en Jerez con toda seguridad no recibirá más castigo que una ridícula sanción económica.
El argumento que ha borrado Canal Toros de la parrilla de Movistar Plus+ es el mismo que acuñó el estratega James Carville para llevar a Bill Clinton a la presidencia: “La economía, estúpido”. Aunque muchos aleguemos criterios éticos para pedir la prohibición de la tauromaquia, sabemos que lo que acabará con ella será el fin de las subvenciones. La tortura animal disfrazada de tradición es, afortunadamente, un espectáculo con cada vez menos espectadores. Que para una plataforma deje de ser rentable significa que su final está más cerca, como para no darme permiso para el entusiasmo.
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